La
niebla de Can Mercader
Suena el
teléfono y me dispongo a cogerlo. Miro la pantalla de mi móvil y veo que se
trata de un número privado. ”No sé para qué narices llama la gente con teléfono
oculto” ―me digo a mi mismo―. Opino que la gente que no se identifica es que algo
esconde. Pero en fin, el trabajo es el trabajo y el horno no está para bollos.
No es una buena situación para rechazar ninguna llamada.
― Dígame.
― Hola ¿es la
agencia de detective?
Siempre me
hago la misma pregunta: ¿De dónde sacarán el número que no están seguros de estar
llamando a un detective?
― Sí señor.
Dígame.
― Mire,
quería que me dijera cuánto me va a costar seguir a mi mujer. Se trata de un
tema matrimonial.
Supongo que aquella
persona necesitaba aclararme que cuando se tiene que vigilar a su mujer es porque
se trata un tema matrimonial. Por si yo no lo supiese.
― Bien ningún
problema ―le dije―, pero el precio dependerá de cuántas horas o de la cantidad
de días tenga que hacerse ese trabajo.
Después de
una media hora al teléfono explicándome todos los detalles de cómo y por qué
había llegado su matrimonio a esa fase y de cómo había llegado a sospechar, sí,
a sospechar, de que su mujer le estaba engañando con otra persona, empezó a
explicarme lo que yo le había preguntado al principio: los horarios en que
tenía que efectuar aquella vigilancia y desde dónde tenía que iniciarla.
Una vez conocidos
todos los datos pude darle un coste aproximado de lo que iba a tener que
pagarme por aquel servicio y, aunque a regañadientes, porque decía estar en el
paro y no tener una situación económica demasiado boyante, aceptó.
Nos pusimos
de acuerdo para que me pasase una fotografía de su mujer por correo electrónico
y algunos detalles más que eran de mi interés para iniciar el caso cuanto antes.
Me pidió que
tenía que empezar esa misma tarde ya que su mujer le había explicado que,
después de salir del trabajo, tenía que ir con una compañera de trabajo a
efectuar unas compras a El Corte Inglés
de La Almeda, porque era el cumpleaños de otra de sus compañeras y habían acordado
hacerle un regalo en conjunto; después, desde allí, se irían a tomar algo y ella
volvería a casa ya cenada.
Esa era la
sospecha que tenía.
Él estaba
totalmente seguro de que ellas no iba a ir a comprar con la amiga, de que
aquello era una excusa para verse con alguien, porque había notado que,
últimamente, su teléfono recibía demasiados mensajes, que ella borraba
automáticamente después de haberlos leído a escondidas.
Eran las
siete de la tarde cuando me situé en las inmediaciones de la librería Abacus,
mientras esperaba que ella saliese de la asesoría en la que trabajaba como
contable. Desde allí la vería perfectamente y pasaría totalmente desapercibido,
sin que nadie notara que yo estaba haciendo una vigilancia.
Cuando en mi
reloj dieron las siete y media, vi como salía mi investigada por la puerta de
su trabajo, y que lo hacía acompañada de otra mujer de su edad. La verdad es
que si no hubieran salido juntas, podría haberlas llegado a confundir: el mismo
peinado y color de pelo, el mismo estilo de ropa y, para colmo, ambas con un
bolso muy parecido. De cerca ya podía diferenciarlas, pero me tuve que aproximar
bastante más de lo previsto para identificar cuál de las dos era mi objetivo.
Caminaron
hasta la calle República Argentina y llegaron al lugar en que tenían
estacionada una motocicleta. Comprendí que sería de la otra mujer ya que mi
cliente no me había dado noticias de que su esposa pudiera tener ese vehículo,
ni ningún otro.
Vi que la
compañera sacaba unas llaves y abría el asiento del que sacó dos cascos, para
que cada una de ellas se colocara el suyo. Por mi parte, yo ya me había
apresurado a poner en marcha mi motocicleta, que la tenía a pocos metros.
Después de un
par de minutos de colocar cuidadosamente el pelo dentro del casco, para no
despeinarse demasiado, se pusieron en marcha en dirección a la Plaza de
Cataluña. Luego cogieron la Avenida del Parque y se desplazaron en dirección al
Eroski, luego tomaron por la calle Rubio
y Ors por donde llegaron a La Almeda.
Tomaron las
rotondas de la Carretera de L’Hospitalet muy despacio, y se veía que la
conductora no debía estar acostumbrada a llevar “paquete”, porque se la notaba
excesivamente prudente y asustada.
Cuando llegaron
a El Corte Inglés , estacionaron en
una de las esquinas, sobre la acera. Se quitaron el casco y después de
guardarlo bajo el asiento de la moto, emprendieron la marcha a pie y entraron
en el centro.
Me preguntaba
si aquella situación era el engaño que suponía el marido o si realmente mi investigada
iba a realizar aquella compra y luego se reuniría con el supuesto amante. De
momento no me lo parecía pero debía esperar acontecimientos, en mi trabajo
nunca se podía dar nada por hecho.
Me hicieron
patear cada una de las plantas de toda aquella superficie comercial. Por mi
parte, fui jugando a tratar de averiguar qué tipo de regalo iban a comprar. La
verdad es que, duran te los casi tres
cuartos de hora que permanecimos allí dentro, no logré llegar a ninguna
conclusión. Visitaron todo tipo de secciones, tanto de caballero como de
señora, la planta joven, la no tan joven y, por supuesto, por zapatería. Hasta
dieron un paseo por la librería, para mi sorpresa.
Finalmente, compraron
un par de sudaderas deportivas que empaquetaron por separado, indicando a la
dependienta que se las envolvieran bien para regalo.
Cuando
acabaron, cada una con su bolsa, se dirigieron hacia la salida. ― ¡Eureka!
―grité para “mis adentros”―, por fin de nuevo a la calle. Quería acción y allí
no la iba a encontrar.
Una vez en la
calle, se encaminaron hacía donde había estacionado la motocicleta, así que yo
me aligeré en ir hacia la mía. Tenía que prepararme para salir detrás de ellas.
Cuando ya
estaba montado en mi moto, y ésta puesta en marcha, observé cómo metían las
bolsas en el arcón de su moto, pero no vi que cogieran los cascos que habían
dejado bajo el asiento.
Cerraron el
arcón de la moto y se dirigieron, a pie, hacia la calle Teodoro Lacalle. Tuve
que darme prisa, apagar mi moto y volverla a aparcar de nuevo. Me quité el
casco, lo metí en mi arcón y salí corriendo, creí que las perdía de vista.
Cuando llegué
a la esquina de la Avenida Pablo Picasso con Teodoro la Calle, dejé de verlas. ¡Habían
desaparecido!. Miré a un lado y a otro de la calle, pero ni rastro. Sabía que
estas cosas pasaban, no era la primera vez, pero aquello había pasado demasiado
rápido.
De repente caí
en la posibilidad y miré dentro de la cervecería que había a mi espalda, en
aquella misma esquina, y, sí, allí estaban. Tan graciosas, tan simpáticas,
ajenas al mal rato que yo acababa de pasar., apoyadas en la barra, hablando con
el camarero mientras ojeaban una carta.
Se trataba de
la Cervecería-Brasería “Nuevo Milenio” y el hecho es que cuando leí el nombre
se me pasó por la cabeza, por un momento, que era un nombre sugerente, le daba
realidad al hecho de que habían desaparecido allí dentro. Cosas de la
casuística, pensé.
Como supuse
que iban a comer, me metí en el bar y me senté en una mesa, justo en la que
estaba detrás de ellas, al lado de la puerta. Desde allí las oía perfectamente hablar
con el camarero que las estaba atendiendo.
Pidieron unas
hamburguesas y yo entonces me levanté y a otro camarero que había en la misma
barra le pedí una caña de cerveza y un pincho de tortilla. Pagué en cuanto me
lo sirvió y me volví a sentar en la misma mesa, con la intención de tomarme
aquel aperitivo mientras esperaba a que ellas comieran. Nunca se sabe si luego
podrás comer...
Había
escuchado lo que pidieron, pero no escuché el pedido completo y me sorprendí, estando
yo tan a gusto disfrutando de mi trozo de tortilla de patatas y mi caña, cuando
vi cómo les entregaban las dos supuestas hamburguesas envueltas en papel de
aluminio y se las metían en una bolsa, junto con dos latas de cola. Pagaron y
salieron de aquella cervecería.
― ¡Jolín!
―exclamé con cierto disgusto―. Hoy no tengo el día, estas dos me volverán
majara. No doy una con ellas.
¡De nuevo a
la carrera! Me tragué el trozo de tortilla que me quedaba y le di el último
trago a la cerveza, engullendo como un pavo. Me dio por reírme de mí mismo. No
daba crédito a lo que me estaba pasando en aquel caso.
Cuando salí,
vi que se encaminaban por la Avenida de Pablo Picasso hacia la Carretera de L’Hospitalet.
Mientras iba caminando detrás de ellas comprobé que al final de esa avenida,
justo una esquina antes de llegar a la carretera de L’Hospitalet, cambia de
nombre y pasa a llamarse calle Zamora. Hasta ahora no me había dado cuenta; y
eso que nací a tres calles de ahí.
Me hacía cruces.
¡Qué cosas tan raras me estaban pasando ese día! Además, para más INRI, todas
juntas…
Ellas cruzaron
la carretera y se adentraron en el Parque de Can Mercader. Por un momento, pensé que, aunque todo era muy
raro, era posible que se tranquilizase el asunto. Todo apuntaba a que se iban a
comer las hamburguesas allí, paseando, pero no quería adelantarme a pensar
cuales iban a ser realmente sus intenciones: estaba fallando todo hasta ese
momento y nada salía como, a priori, sería de esperar.
Pasearon por
el lado derecho del parque, siguiendo los raíles del tren en miniatura. No
había mucha gente y la poca que había, caminaba en sentido opuesto a nosotros,
como queriendo marcharse del parque.
Por lo visto,
las dos mujeres, decidieron que no querían que se les enfriase la cena, porque
cuando llegaron a la parte que da con el Camí de Cal Vidrier, se sentaron en un
banco con la intención de saciar su poco o mucho apetito.
Yo tenía un
lugar privilegiado para grabarlas, detrás de unos matorrales, sentado en otro
de los muchos bancos que hay dentro de ese maravilloso lugar. Empezaba a pensar
que quizá se me empezaba a ponerse las cosas de cara, ya que, hasta ese
momento, no había sido así.
La grabación
era buena y cómoda. Estaba disfrutando de ella mientras pensaba en mi cliente. Me
preguntaba por el cómo iba a tomarse que aquella mujer sospechosa de engañarle,
estaba disfrutando de un paseo y una merienda con una amiga, compañera de
trabajo y que, lo de las compras, era cierto.
― Yo, a lo
mío ―pensé.
Seguí
grabando para poder tener imágenes suficientes como para demostrarle a mi
cliente lo que yo le iba a decir.
Pero de
pronto…
― ¡Coño! ―me
dije mientras me aseguraba de lo que estaba viendo.
¡Mi
investigada estaba besando en la boca a su compañera, mientras aquella le acariciaba
la nuca!
Continuaron
así duran te un buen rato, incluso me
dio tiempo a situarme más cerca, en una especie de isleta ajardinada, donde
había un enorme matorral que me permitió meterme totalmente dentro de él y
poder grabar con mayor libertad, sin que me pudieran ver.
No me extrañó
el hecho, lo había visto ciento de veces. Pero aquel día no me lo esperaba,
nada había hecho presuponer que ocurriría algo parecido.
Realmente
aquel día era raro de narices. Por nada del mundo hubiera previsto lo que me
estaba ocurriendo, en todos los sentidos. Empecé a pensar que una fuerza
diabólica estaba sobre mi, torciéndome el día.
Seguí
observando con la cámara preparada por si se producía de nuevo otro momento
cariñoso. Ahora había cambiado toda mi opinión respecto a lo que le iba a
contar a mi cliente. Ahora sí tenía que darle la razón, aunque no como él la
imaginaba. No sabía si le iba a gustar más de esta manera. Creía que no.
De nuevo
empecé a creer en la mala suerte de aquel día. No era demasiado tarde pero una
nube negra empezó a amenazar lluvia o al menos le quitó prácticamente toda la
luz a aquella tarde, que empezó a oscurecerse muy rápidamente. Demasiado rápido,
a mi juicio.
La cámara empezaba
a indicarme falta de luz. Debía acercarme algo más pero no podía, me podrían
ver y sería peor. De todas formas ya tenía imágenes que demostraban aquella relación
entre ambas.
Miré hacia arriba
para ver las nubes negras que habían oscurecido en su totalidad todo el cielo y
que de repente pareció ser mucho más tarde de lo que realmente era. No era una
nube, era como una capa oscura que, además, se complicaba con una neblina
también oscura, de un intenso color violeta.
Me repetía
incansablemente que aquel día se había puesto a demostrarme que no era un día
normal. Me estaba jugando una mala pasada detrás de otra. Después de todo lo
que me había ocurrido, de golpe, aquella niebla sin sentido empezaba a situarse
en el suelo del parque, las copas de los árboles ya no se distinguían. De las
dos mujeres empezaba a ver solamente su silueta. Estaba a punto de dejarlas de
ver, pero aún las distinguía y podía detectar como ellas se abrazaban
fuertemente y se miraban. Descubrí que aquella forma de mirarse y de cogerse no
era parte del idilio que habían empezado a mantener entre ellas aquella noche.
Era fruto del pánico que estaban pasando y que las inmovilizaba de tal manera
que se habían quedado pegadas al asiento de piedra sobre el que estaban
sentadas.
Yo quise
seguir agazapado entre aquellos arbustos. Estaba asombrado y no sabía bien a
qué se debía aquel estado del tiempo. Por mi cabeza pasaron rápidamente varias
hipótesis, como que estuviesen quemando matorrales cerca de allí o alguna cosa
parecida, pero nada de lo que pensaba me daba una respuesta válida. No olía a
nada, no era una niebla normal. Había visto muchas nieblas espesas trabajando
en Lérida y no se parecía en nada a esta.
De pronto una
luz intensa, blanca, como si se tratase de una antorcha de iluminación o un
foco incandescente, se posó sobre aquellas dos mujeres. Era extraño, pero no
venía de ningún lado, solamente las iluminaba a ellas dentro de la espesa niebla.
Las dos se
abrazaban fuertemente y una de ellas se agazapó bajo la otra, escondiendo la
cabeza, atemorizada y gritando. La otra trataba de resistir su miedo, mirando a
un lado y a otro sin llegar a ver nada. Ninguna de las dos tenía ni el valor ni
las fuerzas de levantarse y salir corriendo de allí. Yo tampoco.
Frente a
ellas, a poco más de un metro y medio, se empezó a despejar la neblina, como si
se abriese de una puerta. De ella empezó a brillar una luz que cada vez se veía
con más intensidad, subiendo desde un color blanco amarillento hasta un intenso
color violeta. De esa luz salió una figura que yo no llegaba a distinguir con
total claridad. Era una figura extrañamente animada…
Cuando
aquella especie de sombra salió de la luz ya distinguí mejor que tenía figura
humana. Las películas que había visto me animaban a pensar que debía tratarse
de un extraterrestre, pero yo no daba crédito. No me parecía posible, aunque lo
estaba viendo con mis ojos. O eso creía yo.
Aquella cosa
salió de la luz y se acercó hasta ellas que, en esos momentos, no podían ver lo
que les iba a ocurrir. Las dos tenían sus caras tapadas, la una contra la otra,
fuertemente abrazadas, temiendo lo que les pudiera suceder.
Aquella intensa
luz y la gruesa neblina no me dejaban distinguir aquel cuerpo. Parecía medir más
de dos metros y medio de altura, bastante delgado, con unas piernas muy largas
y unos brazos que le colgaban más allá de lo que parecían ser sus rodillas. No
se le distinguía el cuello y de los mismos hombros le salía algo como una
cabeza, pero con una forma similar a la de una pelota de rugby. En el centro de
la cabeza se intuía un gran ojo y no parecía haber rastro de boca o nariz.
Yo, ni podía
ni quería moverme. No sabía si “aquello” podía tener conocimiento de mi presencia,
agazapado en aquellos matorrales, pero no tenía ninguna intención de ayudarle a
que lo descubriese.
De pronto, le
puso a una de las chicas una de sus manos sobre su cabeza e inmediatamente hizo
lo mismo con la otra. Ellas estaban totalmente inmóviles, sentadas en aquel
banco formando una sola figura.
Aquella cosa
levantó a la misma vez sus manos, con sus brazos estirados, y las colocó sobre
sus cabezas. De inmediato empezó a subir los brazos y hasta que sus cuerpos quedaron
totalmente colgados. Era algo insólito y muy extraño, con la palma de la mano
abierta apoyada en cada una de las cabezas, sin agarrarlas las estaba
manteniendo totalmente suspendidas en el aire y sin que tocaran el suelo. Las
dos permanecían rígidas, con los brazos colgando y los ojos cerrados, sin aparente
sufrimiento. Ambas mostraban en su rostro un gesto de felicidad, la mueca
dibujada por sus labios hacía creer que pudieran estar soñando algo encantador.
No pasaría
más de un minuto en aquella situación cuando, de repente, sus cuerpos se
iluminaron. Parecían dos tubos fluorescentes. Yo temía que pudieran estallar,
por la cantidad de luz que irradiaban.
Sentía frío,
las manos se me estaban quedando heladas. No sabía si era del miedo que estaba
pasando o si realmente había bajado la temperatura. Estaba en una postura
bastante incómoda pero no notaba ningún malestar, como si se me hubiera dormido
el resto de mi cuerpo. No notaba nada. Seguí sin moverme aunque no sabía si
podría hacerlo. Miraba fijamente intentando adivinar que iba a ocurrir a
continuación, cuando empecé a notar que la niebla se disipaba y vi que la
figura iba bajando los brazos lentamente, dejándolas en la misma postura desde
la que las había cogido. Mientras, comprobé que a ellas se les iba
desvaneciendo la luz de su cuerpo, volviendo a su estado natural.
Una vez las
dejó en el banco, ellas siguieron juntas, abrazadas y con sus caras tapadas,
pero aparentemente sin haber vuelto en sí. Aquella cosa se giró lentamente como
si sus pies resbalasen en el suelo y volvió a encenderse el foco de luz del que
había salido. Me pareció ver que de dentro de esa luz había otra figura como la
suya, y “aquello” empezó a dirigirse hacia el foco.
La luz iba
apagándose lentamente tras él, bajando su intensidad hasta convertirse en un
punto blanco que permaneció flotando en el aire, a unos cuatro metros de mí,
frente a las chicas, junto a las copas de aquellos árboles a no más de tres o
cuatro metros de altura, hasta que, como si de una estrella fugaz se tratara,
salió disparada hacia el cielo, serpenteando al inicio y trazando después una
larga línea brillante, como de purpurina, y formando una cola de cometa que
desapareció totalmente en el firmamento, mezclándose con las otras estrellas.
La niebla se fue haciendo cada vez menos densa, lentamente, hasta llegar a
desaparecer totalmente. La oscuridad también remitió hasta convertir el momento
en una clara noche de luna llena en la que se podían ver todas las estrellas
del cielo, incluso aquel punto que aún podía distinguir y que acababa de salir
de aquel parque, de delante mismo de mis narices.
Observé a las
chicas y, como si hubieran vuelto en sí sin saber lo que había pasado, las vi
hablando entre ellas, incluso riéndose. Una de ellas sacó el móvil de uno los
bolsillos de su chaqueta y exclamó:
― ¡Caramba!
las once y cuarto! Vámonos, que a mi marido le dije que llegaría tarde pero no
quiero llegar después de las once y media.
― ¡Si, vamos! ―le dijo la otra condescendiente
y, mientras se ponían de pie, se besaban de nuevo en la boca. Como si nada
hubiera pasado.
Empezaron a
caminar cogidas de la mano. No había nadie en el parque. Incluso yo pensaba que
podría estar ya cerrado. Salí de mi escondrijo y me incorporé para seguir
detrás de ellas. Aún no salía de mi asombro, pues lo que había ocurrido no era
normal. Por un momento pensé que me podría haber quedado dormido y que todo
había sido un sueño. No me explicaba lo que me había parecido vivir. Me propuse
filmar de nuevo la salida de aquellas chicas del parque cuando, de repente, me
di cuenta que en la pantalla de la cámara estaban parpadeando una luz amarilla
y una roja. La amarilla me informaba de que la batería estaba agotándose y que
solamente quedaba un minuto de carga. La roja, indicaba que la cámara estaba
grabando.
― ¿Grabando?
―me pregunté sorprendido.
No recordaba
haberle dado al REC, aunque tampoco recordaba haberla apagado en su momento,
pero entendía que así habría sido. Uno, normalmente, sabe cuándo graba y cuándo
no.
Me extrañó,
pero aproveché y les hice una pequeña grabación mientras caminaba detrás de
ellas, justo en el momento en que llegaban a la puerta de hierro del parque.
Estaba cerrada pero no con llave y ellas, tras abrirla, salieron al exterior y
se dispusieron a cruzar la carretera de L’Hospitalet en dirección hacia El Corte Inglés .
Yo hice lo
propio. Salí del parque, abriendo también la puerta y cerrándola una vez estuve
fuera. La curiosidad me mataba e intenté abrir de nuevo, pero no pude. En ese
momento la puerta pareció quedarse totalmente cerrada, como con llave y me fue
imposible volverla a abrir. No quise pensar en nada y mucho menos en el porqué.
Todo me parecía absurdo y me preguntaba si realmente estaba despierto o lo
estaba soñando, como si estuviese viviendo una pesadilla dentro de mi vida real.
Decidí seguir tras ellas y me dirigí hasta donde tenía mi moto porque ellas
estaban llegando a la suya.
Yo las miraba
mientras cogían sus cascos y se los colocaban en la cabeza, charlando tan
amigablemente, como si nada hubiese pasado aquella tarde. Era incomprensible pero
yo sabía positivamente que era cierto.
Una vez
salieron por la misma calle Teodoro La Calle en dirección a Dolores Almeda,
continuaron recto hasta buscar la Avenida de los Ferrocarriles Catalanes por
donde tomaron por la Carretera del Prat y salieron a la Carretera de Esplugues.
Circulaban como a la ida, muy lentamente. La mujer a la que yo estaba
investigando iba fuertemente abrazada a la conductora. Independientemente de
que algo de miedo podría llevar, yo sabía que no era solamente ese el motivo,
que había veía otra intención.
Más tarde
cogieron por la Avenida del Parque, por donde llegaron a la Plaza de Cataluña.
Allí se detuvieron en un semáforo y aunque era bastante complicado, lograron
poderse besar y yo logré poder grabar algo de ese momento, que por otro lado no
pudo ser demasiado porque mi cámara de vídeo dijo que ya no seguía grabando
más. Una vez más me quedó claro que aquel día no era normal.
El semáforo
se puso en verde y continuaron la marcha por la calle de La Miranda hasta la
Avenida de San Ildefonso. Al llegar a la esquina de la calle De La Dalia, se
detuvieron y allí se apeo mi investigada. Noté que en ese lugar fueron más
discretas. La evidencia era clara, tanto su domicilio como su puesto de trabajo
estaban a pocos metros y podían ser vistas por alguien conocido. Le entregó el
casco a su compañera, que se colocó en el codo y mientras la otra arrancaba y
se marchaba por la misma Avenida de San Ildefonso, ella se dirigió hasta su
domicilio, en el que entró poco después y cuando eran aproximadamente las once
y media de la noche.
Mi trabajo
terminó en aquel momento, justo cuando le ponía un WhatsApp a mi cliente en el que le decía textualmente: “En un
minuto está en su casa, acabo de dejarla en la misma puerta. Mañana le cuento
detalles”.
Sabía que lo
dejaba en ascuas y que él, lo que seguramente querría sería saber, sería lo que
había pasado. Sin duda querría saber si realmente se había visto con alguien
con quien le pudiera estar engañando y si la excusa de ir con una amiga de
compras era una mentira. Pero no podía explicárselo con un mensaje y realmente
mi cabeza no estaba para explicaciones en ese momento. De hecho, yo tampoco
tenía claro lo que había visto o había dejado de ver aquella tarde. Nada de lo
que me pareció ver era real y tenía que llegar a mi casa y tranquilizarme para
rebobinar, tanto mi cabeza como mi grabadora de vídeo.
Directamente
me fui a mi despacho. No estaba demasiado lejos por lo que no me costó llegar
más de cinco minutos. Abrí de forma precipitada la puerta del despacho y, sin
cerrar completamente la puerta, me dirigí hasta mi mesa, me senté, saqué el
cable de alimentación de la cámara y lo conecté a la corriente para poder encenderla.
Le di a la tecla de puesta en marcha y esperé a que el disco duro empezara a
funcionar. Mientras tanto fui a cerrar bien la puerta, no quería que nadie
pudiera sorprenderme Volví a sentarme en mi sillón y encendí el televisor que
tengo justamente sobre el mueble de mi escritorio y archivador. Conecté los
cables y después hice lo mismo con la cámara de vídeo. Busque el inicio de la
grabación y le di al Play.
Empecé a ver
las imágenes que había grabado desde que ella salió de su trabajo, se montaba
en la moto y se dirigía hasta La Almeda. Lo fui haciendo rebobinando de forma
rápida, porque tenía mi sistema nervioso alterado y deseaba llegar a la parte en
que ya habíamos entrado en el parque de Can Mercader. En ese punto pude ver con toda claridad que
había captado perfectamente el momento en que ellas se besaban, mientras
estaban sentadas comiéndose la hamburguesa.
―
¡Felicidades! ―me dije―, pero ahora no estás buscando eso.
Me hablaba a
mi mismo, los dedos no me respondían, no atinaba con la tecla de rebobinado
rápido, tenía las manos frías, las piernas me temblaban y las rodillas chocaban
la una contra la otra por debajo de mi mesa a la vez que, sin levantar las
puntas de los pies, taconeaba el suelo de forma frenética.
― Aquí ―dije
cuando empecé a ver que se había grabado el momento en que empezaba a caer
aquella densa niebla. Observé que, para entonces, la grabación se hizo en
automático. Supuse que cuando me extrañé de lo que estaba pasando, se me olvidó
presionar el botón de pausa y por ello la cámara siguió grabando, ya que en esa
parte de la grabación no se enfocaba a ningún punto en concreto. La cámara fue
grabando sin control, enfocando al suelo, los matorrales, zonas sin nada en
concreto excepto mucha niebla, etc. Lo
estaba viendo con velocidad normal porque no quería perderme ningún detalle.
Seguí observando aquella parte. Mucho grabado pero sin nada importante duran te un buen rato, hasta que se empezaron a ver
los cambios de luces. Era tal como lo recordaba pero la cámara lo había
registrado mejor, tanto que parecía como si la luz le deslumbrase y no se viese
nada, todo era blanco, nada más que blanco, pero debí moverme un poco en aquel
momento porque noté que de golpe debí enfocar hacia el suelo y a partir de ahí
se empezaron a ver los pies de ellas dos. Duró un minuto aproximadamente pero
después, supongo por el cansancio de la postura en la que estaba agazapado
entre los matorrales, la cámara empezó a subir hacia arriba y se podía ver a
ellas sentadas en el banco. Justo cuando estaban abrazadas y con la cara tapada.
En ese preciso momento la cámara empezó a emitir un sonido de interferencias
que yo no había notado en el parque. Era una música muy aguda pero con unos
tonos agradables, me recordó a la película “Encuentros en la Tercera Fase”, era
muy similar. Se me erizó el vello de los brazos y sentí un escalofrío en todo
el cuerpo.
La cámara
siguió emitiendo aquel sonido y aquellas imágenes que yo estaba viendo por el
monitor del televisor a la espera impaciente de ver si había podido captarse
alguna otra imagen de aquel encuentro. Entonces fue cuando vi aparecer por la
izquierda de la pantalla un destello de luz blanca y de ella vi aparecer un
brazo que alcanzaba la cabeza de una de las mujeres y luego otro brazo que
hacía lo mismo sobre la cabeza de la otra mujer.
― ¡Uau!
―grité a la vez que paraba la cámara.
Necesitaba
respirar. Tomar aire y tranquilizarme. Yo sabía que aquello era lo que había
visto y ahora sabía con certeza que no había estado soñando, que no había
tenido un alucinación mental mientras trabajaba.
Me apresuré a
comprobar si había más imágenes grabadas. Lo que se veía hasta el momento no
era mucho, se veía a las mujeres sentadas abrazadas y unos antebrazos, no más, de
alguien que acababa con sus manos en las cabezas de las dos mujeres. Antebrazos
que yo realmente los había visto, pero que a causa de la intensidad de aquella
luz blanca, no se distinguían con suficiente nitidez y cualquiera podría decir
que se podría tratar de dos brazos humanos vistos con una luz por detrás que
los desenfocaba.
Continué
viendo la grabación y se captaron pocos segundos más de lo mismo hasta que de
golpe se quedó la imagen totalmente blanca, como si la interferencia hubiera
sido mayor. El sonido también desapareció totalmente. Aquello coincidió con el
momento en que aquella cosa elevó a pulso a ambas mujeres, después de ponerles
las manos a la cabeza, de manera que esa parte no quedó grabada en la cámara.
Cuando la
cámara volvió a dar imágenes “normales” fue justo cuando yo volvía a tener la
intención de grabarlas, momento en el que me di cuenta de que se me había
quedado en modo REC, a partir de ahí lo grabado correspondía al momento en que salimos
del parque y hacíamos el camino hasta la moto.
Apagué la
cámara y el televisor. Me eché hacia atrás en mi sillón y cerré los ojos. Ahora
estaba en el estado de reflexión que necesitaba y que hasta ese momento no
había podido tener. Me preguntaba cómo había sido capaz de aguantar el tipo y no
salir corriendo, pero quise creer que mi propio miedo me dejo inmóvil. Incapaz
de tomar una decisión. Supuse que debí reaccionar de esa forma pensando que, si
me movía y me detectaban, me podría pasar algo. Supongo que debió ser algo
instintivo. No alcanzaba a comprender el porqué.
Ahora,
faltaba asimilar todo aquello. Sabía que era cierto porque había tenido la
suerte de que una parte de lo que pasó se grabara con mi cámara de vídeo,
aunque sólo para mí, porque aquellas imágenes no se podrían utilizar para explicar lo que yo había visto. Nadie lo
iba a creer.
Me preguntaba
tantas cosas… ¿Por qué aquellas mueres habían reaccionado así? Estaba seguro de
que ellas no eran conscientes de lo que les había ocurrido en aquel parque. Aquellas
mujeres pasaron miedo en un primer momento, pero luego lo olvidaron todo y
actuaron tan tranquilamente, como si nada. ¿Les habrían borrado la memoria?. En
ese caso ¿Para qué lo habían hecho aquellas “figuras”? ¿Qué interés tendrían?
Lo que estaba
claro es que yo había visto a un extraterrestre llegar allí, salir de una
especie de niebla, colocar sus manos en las cabezas de las dos mujeres,
suspenderlas en el aire, dejarlas de nuevo en el banco y luego, convirtiendo su supuesta nave en un punto de
luz del tamaño de un euro, marcharse hasta confundirse con las estrellas. Eso
estaba claro, pero solamente lo sabía yo y, evidentemente, no podía explicarlo.
Me marché a
casa. Mi mujer, afortunadamente, estaba ya durmiendo cuando llegué y eso evitó
que pudiera ver la cara que yo traía. Supongo que me hubiese delatado, ella
habría notado que me pasaba algo y yo no podría haberle explicado nada.
Me tumbé en
el sofá, después de prepararme una tónica con mucho hielo. No estaba preparado
en aquellos momentos para beber algo más complicado que pudiera perturbar mi
descanso o perjudicar a mis neuronas, si es que había quedado alguna sana.
Estuve toda
la noche en el sofá, sentado, dándole vueltas a la cabeza y pensando en lo que
me había pasado, hasta que me quedé dormido. No sé a qué hora ni cuánto rato
pude dormir.
Fue mi mujer
la que me despertó por la mañana, cuando ella se levantó para desayunar.
― ¡Cariño!
¿Quieres café? ¿Viniste muy tarde anoche? No te oí llegar.
No supe qué
contestarle. Ni tan sólo si era conveniente, que respondiese. Tenía miedo a que
me siguiera preguntando y yo tuviese tentación de decirle: “¿Sabes qué me pasó anoche?”
Afortunadamente,
reaccioné y le dije que llegué tarde y no quise molestarla, y que sí, que le
agradecía que me preparase un café mientras me duchaba.
Cuando salí
de la ducha me tomé el café, mientras ella me explicaba que, cuando saliese de trabajar
a mediodía, iría a comprar algo y posiblemente llegaría un rato más tarde. Se
despidió con un beso rápido y se marchó.
Yo me dispuse
a preparar un redactado para entregar a mi cliente, con los detalles de lo que
había ocurrido, y añadiendo algún fotograma de interés de lo que se había
grabado. Evidentemente, de la parte que a él le interesaba, no del resto.
Puse la radio
en la emisora de Radio Cornellá, que es la que siempre escucho por las mañanas.
Era viernes y ya eran las nueve y media de la mañana, así que escuché el
programa despertador “Bon Día”, de José Antonio Castillo que duró hasta las
diez. Me acompañó en la elección de los fotogramas que iba a insertar en el
informe. Cuando ya lo estaba redactando, empezó el segundo programa de radio,
“Passió pel Matí”, conducido por Andrea Sánchez, un programa de música e
informativos que recoge mucha información local.
Mientras
estaba escribiendo empezaron a dar una noticia que detuvo automáticamente mis
dedos… Estaban informando acerca de que numerosos habitantes habían llamado a
aquella emisora de radio, a la Policía Local y a los Mossos d’Esquadra,
denunciando que sobre el Parque de Can Mercader había visto algo muy extraño,
confesando algunos de ellos que había llegado a ver un platillo volante...
En el
programa de radio, dieron detalles de las llamadas recogidas, estuvieron
explicando que una especie de nube se había situado sobre el parque y que,
dentro de esa nube, se veían destellos de luces blancas y violetas. Incluso algunos
vecinos de la zona de La Miranda habían podido llegar a ver claramente que se
trataba de un platillo volante.
Me quedé
helado. Así, no era yo el único que lo había podido vivir. Aquello lo había
visto mucha gente...
Continúe
escuchando con mucho más interés. La noticia duró gran parte de la mañana y
eran muchos los comentarios que se emitían en aquella emisora, algunos
realmente inverosímiles, seguramente de gente que quería apuntarse al carro o
reírse de la noticia.
Me sorprendí aún
más cuando escuché dos cosas, dos detalles aparentemente sin importancia… En un
caso, unas personas comentaron que vieron una gran nube y que se marcharon del
parque porque pensaban que iba a llover y no querían mojarse. Eso ocurrió justamente
cuando nosotros entrábamos.
El otro
comentario fue el de la Policía Local, que comentó que, después de las insistentes
llamadas de vecinos que decían lo mismo, se personaron en el parque, que
llegaron a las once y veinte, aproximadamente, y que allí no había ni nube ni
nadie, y que el parque estaba totalmente cerrado. Pensé que debieron llegar
justamente cuando nosotros salíamos, y que por eso no vieron nada.
Una duda
terrible se me planteaba: ¿Qué debía hacer? ¿Llamaba y contaba que yo lo había
vivido de cerca y que incluso tenía imágenes de “ellos”?. No, no podía. Las
imágenes no eran suficientemente explícitas para demostrar que aquellos brazos fuesen
los de un extraterrestre. Por otra parte aquellas dos mujeres no iban a poder
acreditar mi versión, porque, después de lo que vi, estaba casi convencido de
que no recordarían nada. Además, no podía explicar que yo estaba en una
investigación y desvelar a la investigada y a mi cliente. Eso no podía hacerlo
de ningún modo...
Me quedaba la
posibilidad de contarlo en petit comité.
Seguramente nadie me creería, y menos teniendo como profesión la de Detective
Privado y como afición el escribir novelas. Todos me achacarían que tengo
muchas historias vividas y demasiada imaginación. Pero en ello había algo de
positivo: podría explicarlo y no quedar mal.
Sea como fuere,
le entregué el informe a mi cliente con los detalles de la investigación y los
fotogramas en los que pudo comprobar que su mujer tenía un amante, pero que no
era ningún hombre, sino que se trataba de su compañera de trabajo. Cobré y me
marché.
Ahora, en las
reuniones de amigos les cuento esta historia, les digo que yo estuve allí, en
aquel parque, viendo cómo una gran niebla cubría el parque, quizá con un
platillo volante en su interior, de donde, poco después, salió un extraterrestre
muy alto, con la cabeza como una pelota de rugby y que suspendió en el aire a
dos mujeres mientras éstas se comían unas hamburguesas.
Normalmente,
esta historia genera mucha controversia y bastantes risas. Todos me dicen que
tengo mucha imaginación y que debería escribir un libro… Puede que lo haga y un
día escriba: Cuando los extraterrestres
visitaron Cornellà. Quién sabe, igual
a alguien le gusta.
Yo me lo
creería.
F I N